no se leen libros… ¿y qué?

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Alarma en España porque no se lee. Casi el 40% de los españoles no leyó un solo libro durante el año pasado, según un estudio reciente. Los editores y los medios de prensa han puesto el grito en el cielo. Se han desatado campañas y proyectos que apelan a la intervención del estado para remediar el supuesto escándalo. Pero yo me pregunto, ¿qué escándalo? ¿Alarma? ¿Alarma por qué? De acuerdo, no se lee. ¿Y qué? ¿Desde cuándo la lectura es algo masivo? Realmente no sé por qué el hecho de que no se lean libros podría causar alarma.
Y eso que faltaría especificar cuánto y, sobre todo, qué leyeron aquellos que sí leyeron al menos un libro durante el año pasado. Muchos de esos que se escapan a la «vergüenza» de no  haber leído ningún libro quizás leyeron solo uno y probablemente el best seller de turno, el premio Planeta o el que sea que venga a continuar la lista de libros de moda tipo las Sombras de Grey, El código DaVinci o el último del algún youtuber.
La lectura es, para empezar, un acto solitario. Leer un libro no es lo mismo que entrar a internet y navegar en busca de información o entretención o interacción virtual. Tampoco es algo que, al menos hoy, te dé prestigio o parezca útil, ni mucho menos lucrativo. Nadie ve como prestigioso en la actualidad algo que no da dinero. Leer es, además, algo lento y que demanda concentración, lo cual no se corresponde con estos tiempos que tienden a la inmediatez.
Pero nunca, ni ahora ni antes, la lectura ha sido algo masivo. Ni probablemente lo será. Quizás durante el siglo XIX lo fue un poco más, ya sea porque no existía la radio ni la televisión ni los móviles ni, mucho menos, internet, como por el hecho de que -por lo mismo- había que distraerse con algo: por ejemplo, con las novelitas romanticonas que llevaron al delirio suicida al personaje de Madame Bovary, de Flaubert.
Pero literatura, no. Jamás la literatura -de ficción o no ficción, ya sea historia, ciencias, filosofía…- ha figurado dentro de las prioridades de la mayoría de la gente, demasiado ocupada y cansada con sus obligaciones como para dedicarle tiempo a los libros.
Hay quienes incluso han dicho que los políticos deberían fomentar la lectura señalando qué libros leen, como si en España, por ejemplo, Rajoy leyese libros; se lo ha visto con un suplemento deportivo, hasta donde sé, pero ¿libros? ¿Por qué un señor mandado por los  los principales empresarios habría de leer libros? ¿Alguien es capaz de imaginar, acaso, en Estados Unidos a Trump leyendo una novela de, por ejemplo,  Jonathan Franzen? Hoy parece que algo así no calza, no pega ni con cola salvo contadas excepciones -como el ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, o el ex de República Checa, Vaclav Havel- que no hacen más que confirmar la regla.
Tanta «alarma» ha generado este informe donde se constata el desinterés por los libros entre los españoles, que incluso se han dado razones científicas por las cuales valdría la pena leer: mejora la empatía, la comprensión de los demás y el entorno, la percepción, la memoria y el razonamiento, lo cual permite resolver problemas, planificar el futuro y tomar decisiones, además de reducir los niveles de estrés. O sea, por medio de sofisticados procesos neuronales que se dan al leer, ampliamos nuestra inteligencia; es lo que explica el director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ignacio Morgado, en un artículo publicado en el diario El País.
Vale. Seguro que sí. Pero nuevamente: ¿y qué? Me parece más que comprensible que no se lea literatura. La lectura de libros es algo subversivo, peligroso y desafiante. Implica echar a andar las neuronas.  Cuando no se trata de una mera distracción, implica pensar por uno mismo. Situarse en el lugar de personajes de ficción -cuando lo que leemos es ficción- como si uno fuese ellos y tuviésemos que enfrentarnos a los cuestionamientos que ellos enfrentan. Porque la literatura, en el fondo, es eso: una fuente inagotable de cuestionamientos. Más que para dar respuestas, la literatura, si sirve para algo, es para poder plantear más y mejores preguntas. Algo muy pasado de moda en nuestra histérica actualidad obsesionada con -justo lo contrario- las respuestas, como si, en efecto, hubiese respuestas para casi todo (que es lo que promete, por otra parte, la tecnología reinante), cuando lo cierto es que lo único que sabemos, lo único verdadero es «que respiramos y dejamos de respirar», escribió el poeta Jorge Teillier.
Por esto quizás es que no vale leerse los enigmas burdos y sin consecuencias de los códigos DaVincis ni las premiadas y ultra publicitadas historias que te cuentan lo que ya sabías para reafirmar tus frágiles convicciones que has adquirido mirando la televisión. No. La literatura te saca de tu estado de confort. Cuando la literatura es literatura, lo que hace es darte vuelta las cosas que dabas por hecho, te incomoda, te hace replantearte algunos asuntos vitales, morales. Te obliga a tomar posición, a ser quien eres o a acercarte a quien realmente eres o serías si te atrevieras a pensar por ti mismo y no a que te piensen los sistemas de poder a través de los medios de comunicación, de la publicidad y del «se dice que». Leer, por eso, es peligroso, porque de algún modo es un callejón sin salida o con una única salida: la que te lleva a ser lo que uno es cuando no está demasiado esclavizado o idiotizado o tan machacado que, al final de la jornada, lo único que te apetece es drogarte o embrutecerte frente a una pantalla y no saber de nada porque nada ya tiene que ver contigo.
David Foster Wallace decía algo así como que la literatura alivia y conforta a los que están inquietos y alterados, e inquieta y altera a los que están aliviados y conformes.
La lectura puede llevarte a decir: no. Porque cuando imaginas posibilidades a través de personajes de ficción y piensas, eres capaz de elegir. Puedes rechazar lo que todos te dicen que abraces. Y bien sabido es lo problemático que es decir no en lugar de sí. Porque al decir no, al ser consciente y actuar en consecuencia, dejas de ser manipulable y sumiso y susceptible de que hagan contigo lo que les dé la gana. Por esto es y siempre ha sido peligroso leer. Por algo antes se quemaban y se censuraban los libros (lo que los hacía, por otra parte, más sexy: despierta más interés y morbo lo prohibido y la mala fama que lo aceptado y consuetudinario, sino ¿cómo explicamos que buena parte de la economía de EEUU se base hoy en el porno, las drogas y las armas?). Ahora no hace falta quemar libros. Ahora resulta más tentador y más fácil y más cómodo cualquier otra cosa: youtube, redes sociales, videojuegos, aplicaciones en el móvil… Hay tanto con qué distraerse (y por consiguiente a quien «culpar») que a nadie habría de extrañar que no se lean libros. Hay  pan y circo. Poco pan y mal repartido, pero bastante circo. Y en la ecuación jamás entraron los libros, así que ¿alarma? Bueno…

 

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